Desafíos de la educación nutricional en la vuelta a clases presenciales post pandemia
Una de las prioridades del mundo actual en términos educativos y de salud es la formación de buenos hábitos de alimentación desde la infancia. La evidencia científica muestra que las escuelas constituyen un entorno inmediato que apoya o impide el desarrollo de habilidades de los estudiantes para asumir comportamientos saludables. Sin embargo, el entorno psicosocial, las normas de organización de la escuela y la participación de la comunidad también tienen un rol fundamental.
En un estudio realizado en México en el 2018, se ha identificado que los padres de familia no se perciben capaces de implementar medidas saludables como incluir verdura, fruta y agua en el refrigerio escolar, y que la mayoría no considera importante la realización de actividad física en sus hijos. Por otro lado, el 80% de los profesores percibe que existe un problema de obesidad y sobrepeso en sus estudiantes, y que esta condición se debe al descuido de los padres al permitir que sus hijos consuman una gran cantidad de alimentos industrializados.
Esta paradoja, donde por un lado los padres de familia no se asumen como responsables de la salud de sus hijos, y los profesores perciben que existe un grave problema de obesidad, nos indica que no existe comunicación, entre los actores del contexto escolar, que son determinantes para efectuar acciones que mejoren los hábitos de vida saludable de los niños y niñas involucrados.
Sumado a esto, la baja movilidad familiar para reducir la propagación del virus SARS-CoV-2, trajo consigo un aumento en el nivel de obesidad infantil reportado en países como Colombia, México y Chile, por lo que los desafíos en cuanto a educación nutricional se han visto incrementados para hacer frente a los niveles de obesidad infantil en los entornos escolares.
La colaboración entre la escuela y la familia es fundamental para la promoción de hábitos de vida saludable y para hacer frente a las condiciones del entorno que favorecen la obesidad. Para ello, es importante que padres y maestros puedan compartir responsabilidades en la educación de los estudiantes y en la interpelación a los aspectos de política pública, a través de conversatorios con la sociedad civil y actividades escolares, tales como voluntariado y participación en talleres, entre otros. Lo anterior ha demostrado tener impactos directos en los resultados educativos de los estudiantes, y a los padres, adquirir conocimientos y capacidades para ayudar a sus hijos en actividades de aprendizaje en casa y ser más capaces de desarrollar una relación constructiva con los profesores en pro de un entorno más saludable para sus hijos.
El gran desafío es crear un modelo integrador y adaptable a los diferentes contextos sociales, el cual permita a padres y profesores compartir las responsabilidades educativas de y con los estudiantes. Dado que los desafíos pandémicos que afrontan los profesores parecen haber aumentado de manera exponencial y que las condiciones de los padres para ejercer su función se han vuelto más complejas, es oportuno que los padres y los profesores se comuniquen para compartir su situación y entenderse mutuamente para llegar a una visión colectiva sobre la colaboración escuela-familia.
Las intervenciones o medidas que se implementen para mejorar los entornos escolares-familiares deben considerar diferentes ejes en educación y en hábitos de vida saludables, que propendan por mejorar la calidad de vida desde aspectos tales como alimentación, actividad física, desarrollo socioemocional, entre otras. Para que estas medidas puedan ser efectivas, se necesita del trabajo conjunto y compromiso de todos los actores involucrados: padres y cuidadores, decisores de política pública, académicos, expertos y profesores.
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